10.15178/va.2018.145.1-22
INVESTIGACIÓN
LA TRADICIÓN PESIMISTA EN EL DISCURSO INTELECTUAL VENEZOLANO COMO OBJETO DE ESTUDIO (APROXIMACIÓN AL ESTADO DE LA CUESTIÓN)
THE PESSIMISTIC TRADITION IN THE VENEZUELAN INTELLECTUAL DISCOURSE AS OBJECT OF STUDY (APPROACH OF ART’S STATE)
A TRADIÇÃO PESSIMISTA NO DISCURSO INTELECTUAL VENEZUELANO COMO OBJETO DE ESTUDO (APROXIMAÇÃO AO ESTADO DA ARTE)
María-Eugenia Perfetti-Holzhäuser1 Profesora Asociado, adscrita al Dpto. de Humanidades de la Universidad Metropolitana (Caracas-Venezuela). Licenciada en Letras y Magister en Historia de Las Américas, Universidad Católica Andrés Bello (Caracas-Venezuela). Cursante del Doctorado en Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Simón Bolívar (Caracas-Venezuela).
1Universidad Metropolitana. Venezuela
RESUMEN
Existe el consenso general según el cual la realidad venezolana ha sido interpretada recurrentemente desde el fatalismo o pesimismo por gran parte de la intelligentzia nacional. Situación que permite hablar de una tradición pesimista rastreable desde muy temprano en la vida republicana del país. El siguiente trabajo reúne, a través de una investigación documental, los principales estudios que han rastreado estas aproximaciones pesimistas a la realidad nacional desde el discurso intelectual; en especial, se describe un grupo de investigaciones que encuentra en el discurso intelectual contemporáneo una suerte de profecía auto-cumplida del fracaso nacional al vincular éste con la autoimagen negativa del ser-venezolano, los problemas de identidad nacional y/o las recurrentes crisis nacionales. Esta revisión reúne, en primer lugar, los trabajos precursores de Augusto Mijares (1952) y Luis Beltrán Guerrero (1962); así como, los realizados por Maritza Montero (1991), Thamara Hannot (1996, 1997) y Aníbal Romero (2002), los cuales privilegian el análisis de contenido de diversos textos y dan buena cuenta del discurso intelectual pesimista que se consolidó a lo largo del siglo XX en Venezuela.
PALABRAS CLAVE: Discurso intelectual; tradición pesimista; autoimagen del ser venezolano; Venezuela siglo XX; Estado de la cuestión
ABSTRACT
There is a general consensus that Venezuelan reality has been recurrently interpreted from fatalism or pessimism by the majority of the national intelligentzia. This situation allows to speak of a pessimistic tradition that is traceable from the early stages of the country’s Republican life. The following work gathers, through a documentary research, the main studies that have traced these pessimistic approximations of the national reality from the intellectual discourse, Specifically, a group of researchers is described finding in the contemporary intellectual discourse, a sort of self-fulfilling prophecy of national failure by linking it with the negative self-image of being Venezuelan, problems of national identity and/or recurrent national crisis. This review brings together, mainly, the precursory works of Augusto Mijares (1952) and Luis Beltrán Guerrero (1962); as well as, the ones done by Maritza Montero (1991), Thamara Hannot (1996, 1997) and Aníbal Romero (2002), who are relevant in the content’s analysis of different texts and describe in detail the pessimistic intellectual discourse that consolidated throughout the 20th century in Venezuela.
KEY WORDS: Intellectual discourse; pessimistic tradition; self-image of being Venezuelan; Venezuela 20th century; State of Art
RESUME
Existe o consenso geral segundo o qual a realidade venezuelana foi interpretada recorrentemente desde o fatalismo ou pessimismo por grande parte da intelligentsia nacional. Situação que permite falar de uma tradição pessimista rastreada desde muito cedo na vida republicana do país. O seguinte trabalho reúne, através de uma investigação documental, os principais estudos que rastrearam estas aproximações pessimistas a realidade nacional desde o discurso intelectual; em especial, descreve-se um grupo de investigações que encontra no discurso intelectual contemporâneo uma sorte de profecia auto- realizável do fracasso nacional ao vincular este com a autoimagem negativa do ser venezuelano, os problemas de identidade nacional e ou as recorrentes crises nacionais. Esta revisão reúne, em primeiro lugar, os trabalhos percursores de Augusto Mijares (1952) e Luis Beltran Guerrero (1962), assim como, os realizados por Maritza Montero (1991), Thamara Hannot (1996, 1997) e Anibal Romero (2002), os quais privilegiam a analises de conteúdo de diversos textos e acabam com o discurso intelectual pessimista que se consolidou ao longo do século XX na Venezuela.
PALAVRAS CHAVE: Discurso intelectual; Tradição pesimista; autoimagem do ser venezuelano; Venezuela século XX; Estado da Arte.
Correspondencia
María Eugenia Perfetti Holzhäuser.Universidad Metropolitana. Venezuela
https://orcid.org/0000-0003-2794-8900
mperfetti@unimet.edu.ve
Recibido: 25/03/2018
Aceptado: 30/05/2018
Cómo citar el artículo
Perfetti Holzhäuser, M. E. (2018). La tradición pesimista en el discurso intelectual venezolano como objeto de estudio (aproximación al estado del arte) [The pessimistic tradition in the Venezuelan intellectual discourse as object of study (approach of art’s state)]. Vivat Academia. Revista de Comunicación, 145, 1-22 http://doi.org/10.15178/va.2018.145.1-22. Recuperado de http://www.vivatacademia.net/index.php/vivat/article/view/1067
1. INTRODUCCIÓN
Existe el consenso general según el cual la realidad venezolana ha sido interpretada recurrentemente desde el fatalismo o pesimismo. Situación que permite hablar de una tradición pesimista rastreable desde muy temprano en la vida republicana del país. Entre los pensadores contemporáneos insistentemente vinculados a este discurso pesimista -especialmente a partir de 1936- suele incluirse a Mario Briceño Iragorry, Mariano Picón Salas, Francisco Herrera Luque, Germán Carrera Damas y Arturo Uslar Pietri. No son los únicos, pero sí los más referidos y estudiados por los investigadores.
Ahora bien, esta mirada pesimista se fue profundizando a lo largo del siglo XX; y ha cobrado fuerza toda vez que el país ha enfrentado diversas “crisis” (políticas, económico-sociales, culturales…). En esos momentos críticos, el discurso intelectual ha buscado respuestas. Éstas, en general, vinculan las situaciones vividas en el país a una forma de ser del venezolano (autoimagen) que, dicho sea de paso, es predominantemente negativa.
El propósito de la presente revisión documental es, precisamente, mostrar al lector los trabajos más significativos sobre el tema. Particularmente, exponer aquellas investigaciones que, considerando el hecho en su devenir histórico, buscaron posibles respuestas al porqué de tal pesimismo. En tal sentido, las aproximaciones realizadas por Maritza Montero (1991), Thamara Hannot (1996 y 1997) y Aníbal Romero (2002) constituyen la columna vertebral de este Estado del Arte. Antes bien, se hará breve referencia a los trabajos precursores de Augusto Mijares (1952) y Luis Beltrán Guerrero (1962).
No obstante, esta revisión documental estaría incompleta si primero no se examinan ciertos constructos teóricos, tales como discurso intelectual, autoimagen, identidad nacional, ser-venezolano y pesimismo (uno de los rasgos constitutivos de la autoimagen negativa del ser-venezolano). Pues, ellos sirven de marco referencial para comprender cabalmente el objeto de estudio al que se dedicarán las próximas páginas.
2. METODOLOGÍA
Siguiendo las pautas metodológicas tradicionales de una investigación documental, primero se realizará una revisión de los postulados teóricos que servirán de referencia para la discusión. Ello implica la consideración, principalmente, de los constructos antes señalados, a saber: discurso intelectual, auto-concepto, autoimagen y autoimagen del venezolano, pesimismo e identidad nacional.
Una vez aclarado el marco teórico-conceptual en el cual serán considerados estos términos; se describirán las obras que conforman el corpus de investigación del presente estudio. Esta revisión contempla aquellas investigaciones que han tenido como objeto de estudio el discurso intelectual de buena parte de la intelligentzia venezolana a lo largo de la vida republicana, en cuanto a la revisión del tono pesimista, determinista, fatalista que hebra tales discursos y que permite hablar de una tradición pesimista en el discurso intelectual nacional, con énfasis en el siglo XX. No se agregaron aquellos estudios que contemplan el análisis del discurso de un intelectual en particular, o con un grupo reducido de ellos, ni aquellas investigaciones que no realizan un “recorrido” histórico del tema en cuestión.
Esta revisión documental parte de dos obras precursoras: La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana (1952) publicada por vez primera en 1938, de Augusto Mijares y “Las Máximas Pesimistas”, breve ensayo de Luis Beltrán Guerrero publicado en la Primera Serie de Candideces (1962).
Posteriormente, se describirá con mayor detalle las obra emblemática de Maritza Montero Ideología, alienación e identidad nacional (1991), la disertación doctoral de Thamara Hannot, titulada La mirada inconforme. Una exploración crítica de la literatura de pensamiento en Venezuela (1996), y el ensayo crítico Visiones del fracaso: intelectuales y desilusión en la Venezuela moderna (2002) de Aníbal Romero.
Estas aproximaciones tienen en común el análisis de contenido del discurso intelectual siguiendo un recorrido histórico que da buena cuenta de cómo se fue configurando tal mirada pesimista sobre Venezuela y el ser-venezolano a lo largo de la vida republicana del país; con énfasis en el siglo XX. Su revisión permite hablar de una tradición pesimista en la forma de valorar Venezuela y lo venezolano.
3. MARCO TEÓRICO REFERENCIAL
3.1. Una aproximación al «discurso intelectual»
Antes de avanzar en la revisión documental de la tradición discursiva nacional asociada al pesimismo; es necesario aclarar el marco conceptual en el que se entiende, en esta oportunidad, el constructo discurso intelectual.
Aunque son múltiples las aproximaciones teórico-conceptuales desde donde se puede abordar el discurso; se limitará a la que ofrece, desde la lingüística aplicada, el Análisis Crítico del Discurso (en adelante ACD). Ello responde a consideraciones de fondo, pues el ACD permite una aproximación constructivista del discurso como espacio de interacción, construcción e interpretación de la realidad.
Una visión general pero muy completa del ACD, es presentada por la lingüista y analista del discurso Adriana Bolívar en su artículo El análisis crítico del discurso: Teoría y compromisos (1997). Tal como explica la autora, el ACD se ha consolidado como un campo multidisciplinario que considera el discurso “…una manera particular de conceptualizar la interacción social y el papel que en ella tiene el lenguaje transformado en discurso, vale decir el espacio en el que se construye e interpretan los significados” (Bolívar, 1997, p.25; cursiva propia). Ello permite considerar el discurso de los intelectuales un espacio de disertación que colaboró en la construcción e interpretación de la realidad nacional desde el pesimismo desde los inicios republicanos.
Partiendo de este enfoque constructivista-interpretativo del discurso, se abordará la significación social del «Intelectual» (1). En una conceptualización actual del término, los intelectuales son considerados “…productores «independientes» de valores espirituales, (…) creadores de sentido que aprovechan los conocimientos más avanzados de la comunidad cultural internacional en general y de las ciencias sociales en particular” (Mansilla, 2003, p. 10). Aunque bien se ha puesto en duda cuán independiente puede ser el discurso intelectual, especialmente si está asociado a ciertas estructuras de poder, e inclusive hay quienes han renegado de la actividad intelectual como tal; esta definición, de claras reminiscencias constructivistas, permite la aproximación a este grupo social como constructores de significados (“creadores de sentido”) de la sociedad de la que forman parte y cuya cultura comparten y perpetúan a través de su discurso (en este caso, el discurso escrito).
(1)No se pretende una reconstrucción histórica del término, ni de las posibles implicaciones sociales, políticas y culturales que ello ha traído, porque esto sobrepasaría en mucho los límites de la presente disertación. Para profundizar en el tema, el lector puede revisar las obras de: Francisco. J. Bobillo (1992); Peter Watson (2006); François Dosse (2007); y Pierre Bourdieu (2008), entre otras. Para una aproximación desde América Latina se sugiere los trabajos de: Carlos Ripoll (1966); Juan F. Marsal (1971); Arturo Roig (1993); y la edición dirigida por Carlos Altamirano (2008).
Se parte de la concepción clásica propuesta por Serge Moscovici (1979): “La representación social es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un grupo o en una relación cotidiana de intercambio” (p.18). Ahora bien, en el marco del ACD, buena parte de la obra de Teun van Dijk (1996, 2003, 2008) da particular relevancia a la conformación del discurso en tanto cognición social, por cuanto en éste tienen lugar las representaciones mentales (o sociales para Moscovici) que un grupo social tiene de la realidad, y que perpetúa a través del discurso.
Sumado a lo anterior, se debe tomar en cuenta que el discurso intelectual, en tanto discurso, “moldea la sociedad y la sociedad moldea el discurso” (Bolívar, 1997, p.40). En tal sentido, constructos como ser-venezolano, identidad nacional, crisis nacional, todos asociados al discurso intelectual de tono pesimista, deben considerarse representaciones sociales que conforman la memoria social o colectiva de los venezolanos. Al mismo tiempo, en la conformación de dicho discurso intervienen las representaciones sociales que de la realidad tienen los propios intelectuales, quienes (re)construyen, (re)producen, internalizan y legitiman dichas representaciones; o bien, las colocan en “tela de juicio”. No se olvide que, para el ACD, todo discurso involucra la manera en que la realidad es representada dialógicamente.
Ahora bien, a la base de toda representación social se encuentra la ideología o «sistema de creencias», según ha sido conceptualizada y delimitada progresivamente por Teun van Dijk (1980, 1996, 2003, 2008, 2009). Ello permite, siguiendo a van Dijk, pensar en los intelectuales como grupo ideológico que se conforma en momentos históricos particulares cuyos miembros comparten un «sistema de creencias»; y que, además, interpretan la realidad -pasada o presente- en consecuencia (van Dijk, 2003). Partiendo de las consideraciones del mismo autor, en especial la relación entre poder y discurso, se puede decir que como grupo ideológico los intelectuales constituyen una élite simbólica. Ésta, como toda élite, cuenta con ciertos “recursos simbólicos” (conocimiento, reconocimiento y prestigio social, entre otros) con los cuales ejerce o puede ejercer control sobre otros grupos (van Dijk, 2008).
En los términos de la presente revisión documental, se entiende que los intelectuales venezolanos en su conjunto han conformado una élite simbólica que ha colaborado en la consolidación y perpetuación de las representaciones sociales asociadas a la autoimagen del ser-venezolano, y a la percepción general de crisis perenne y/o fracaso nacional que ha impregnado de pesimismo su discurso (lo cual se puede interpretar como el ejercicio intelectual de control sobre el resto de la sociedad, o al menos de sus lectores y seguidores; porque al final, ha imperado esta concepción pesimista de Venezuela y lo venezolano). Sus textos discursivos (especialmente ensayos y artículos de opinión) se pueden considerar espacios de construcción discursiva y práctica social sobre la venezolanidad desde el pesimismo.
La revisión documental sobre la que versará el presente artículo recoge los principales trabajos que se han dedicado a registrar -siguiendo un recorrido histórico desde la sociología, la psico-historia, la sociología literaria o la politología- esa construcción discursiva predominantemente pesimista sobre la realidad nacional, con énfasis en el siglo XX. Tal como se ha mencionado, parte de ese pesimismo guarda estrecha relación con otros constructos, especialmente con la autoimagen del ser-venezolano. Pues es difícil considerar positivamente la realidad, si no se cree en quienes la construyen.
3.2. Auto-concepto, autoimagen e identidad nacional
En el ámbito de la psicología del desarrollo se entiende por autoimagen la manera en que la persona se describe a sí misma; es decir, aquellos rasgos o patrones que cada individuo considera característicos de su persona. Junto a la autoimagen, el individuo desarrolla su autoestima; esto es, la valoración que tiene sobre sí mismo. Finalmente, existe el sí mismo ideal que implica la autoimagen idealizada o deber ser (Gross, 2004).
Estos tres elementos componen el auto-concepto que cada persona construye de sí misma: “El sentido de la propia identidad y del valor personal. El concepto de nosotros mismos incluye todos nuestros pensamientos y sentimientos acerca de nosotros en respuesta a la pregunta: ¿quién soy yo?” (Ríos Cabrera, 2006, p. 371). En resumen, el auto-concepto se construye durante las primeras etapas del desarrollo humano e implica la autoimagen (descripción: lo que se es), la autoestima (evaluación: lo que se valora de sí mismo) y la autoimagen idealizada (idealización: lo que se debería ser).
Trasladado esto al ámbito social, se puede estudiar el auto-concepto de un grupo social, de una sociedad en su conjunto y/o de una nación. En este último caso, esto implicaría la autoimagen que los nacionales tiene de sí mismos, el grado de aceptación o valor que se adjudican (autoestima) y el ideal al que aspiran llegar como nación (deber ser); todo lo cual conformaría una parte importante de la identidad nacional.
El tema de la Identidad Nacional sigue siendo, al menos en Venezuela, un tema recurrente entre estudiosos de diversas disciplinas y/o sub-disciplinas. Escaparía a la presente revisión una referencia pormenorizada de ello, pero sí, se esbozarán algunas de las definiciones dadas desde las ciencias sociales.
Una aproximación clásica sobre el tema la da Maritza Montero(1991), para quien la identidad nacional comprende “…el conjunto de significaciones y representaciones relativamente permanentes a través del tiempo que permiten a los miembros de un grupo social que comparten una historia y un territorio común, así como otros elementos socioculturales… reconocerse como relacionados los unos con los otros biográficamente... (Montero, 1991, p.p. 76-77). Y agrega: “La identidad nacional sería también una de las formas de expresión de la identidad social (2)” (Montero, 1991, p. 77).
(2) Se entiende por identidad social o colectiva “aquella parte del autoconcepto de un individuo que deriva del conocimiento de su pertenencia a un grupo social, junto con el significado valorativo y emocional asociada a dicha pertenencia” (Tajfel, 1984, p.292).
Más recientemente, Horacio Biord (2014) explica que “el asunto de la identidad nacional es una formulación no solo incompleta e inconclusa, sino generalmente impuesta y manipulada” (p. 191). Por “impuesta y manipulada”, el autor comprende ideológica. Explica Biord que la construcción socio-histórica de la identidad nacional venezolana, como toda identidad nacional, comprende en sí misma una ideología que fue
… legitimadora de un modelo político, construida en diversas fases que añaden contenidos o símbolos, o incluso pueden revisar o cuestionar los anteriores y consecuentemente, cómo habría podido desarrollarse a lo largo de la historia republicana desde 1830 en adelante, ligada primero a las figuras estelares de la Independencia mediante versiones testimoniales de la historia político-militar y luego mediante resimbolizaciones sucesivas que buscaron ampliar y fijar el sentido del carácter mestizo del venezolano y sincrético de su cultura y su identidad hasta empezar a ser revisada …(Biord, 2014, p. 218).
Siguiendo el camino trazado por Maritza Montero décadas antes, Biord enfatiza tres fases del proceso de construcción socio-histórica de la identidad venezolana: a) la fase “primera y primaria” que tuvo por epicentro la constitución de la nación independiente, es decir, está asociada a las representaciones sociales nacidas de una historia fundacional, romántica y heroica del proceso de Independencia; b) una segunda fase (1883-1983) en la que se consolida la imagen ya creada de la identidad nacional. La fecha inicial coincide con el proceso de consolidación de Bolívar como núcleo la ideología “identitaria” de Venezuela a partir de la jefatura de Antonio Guzmán Blanco y a lo largo del siglo XX. Sin embargo, el propio investigador advierte que no es una etapa homogénea; de hecho, la divide en dos sub-fases: la inicial (1983- 1948) y la tardía hasta 1983. En todo caso, y aún con sus matices, esta segunda fase “corresponde a las reelaboraciones progresivas de esa identidad primera y primaria”, y probablemente el aporte fundamental sea, al menos inicialmente, “…esta falsa identificación de la cultura y la identidad llaneras, es decir, la llanerización de la cultura venezolana”; c) la tercera y última fase, que se extiende hasta la actualidad, “puede describirse como el desmontaje, precisión, y superación, si no negación, de las formulaciones primarias y secundarias que, sin embargo, aún perviven e incluso coexisten, generando con frecuencia, tendencias contradictorias” (Biord, 2014, pp. 193-200).
De sus reflexiones, interesa destacar varios aspectos. En primer lugar, la intención del autor fue sistematizar las ideas relativas a la identidad nacional que han surgido a lo largo de la conformación de la Venezuela republicana. En segundo lugar, enfatizar que la identidad nacional (de cualquier nación, no sólo de Venezuela) es una construcción ideológica que guarda estrecha relación con estructuras de poder que la legitiman. Pero también, que ésta se va conformando a los largo del tiempo, y que puede sufrir modificaciones (desde las estructuras de poder).
3.3. Autoimagen del «ser-venezolano»
Parte de la discusión sobre la identidad nacional del venezolano se ha centrado en la atribución de ciertos rasgos o patrones que conforman la autoimagen de éstos, generalmente en contraposición al deber ser o ideal de venezolano que el país requiere (Montero, 1991).
Como toda autoimagen, la de los venezolanos se ha conformado a lo largo del tiempo, es difícil de modificar y supone patrones de pensamientos, sentimientos, actitudes y/o comportamientos relativamente constantes que se han internalizado en la población. De hecho, “estudios empíricos bien fundamentados y con profundidad argumentativa han demostrado una diversidad de elementos que, al entrelazarse, conforman una cultura típica del venezolano que va desde la cotidianidad hasta los fenómenos de mayor abstracción” (Correira y Trak, 2005, p.15). En general, estos estudios pretender responder a la interrogante ¿quiénes somos los venezolanos? Dichos trabajos suman aproximaciones conceptuales y metodológicas distintas, cuya explicación detallada será abordada en futuras disertaciones. Por ahora, baste nombrar aquellos rasgos que, insistentemente, han sido atribuidos a la forma de ser del venezolano.
Entre los pocos rasgos de carácter positivo, se encuentran: igualitarismo, coraje o valentía, generosidad, e ideal democrático. En contraposición, se atribuyen de forma recurrente los siguientes rasgos negativos: pereza, autoritarismo (asociado a su contraparte, el servilismo), violencia, creencia en el azar, pesimismo (fatalismo, negativismo, desesperanza), viveza (astucia o picardía), anarquía, individualismo, y desconocimiento del pasado histórico.
Estos rasgos o patrones que conforman el ser-venezolano han tenido, en el discurso intelectual, un importante interlocutor. De hecho, mucho antes de los estudios empíricos realizados (a los que aluden Correira y Track, 2005), la intelectualidad venezolana se dio a la tarea de conceptualizar aquello que consideró característico del ser nacional. Y será precisamente esa construcción desde la mirada del intelectual venezolano la que colaborará en la construcción de un discurso pesimista sobre las potencialidades del país y de su gente.
3.4. El pesimismo como rasgo constitutivo del «ser-venezolano»
Etimológicamente, el término pesimismo proviene del “fr. [francés] pessimiste, y éste del lat. [latín] pessimus ′pesimo’ y el fr. –iste -′ista’ (Diccionario de la Lengua Española). En su acepción más general, implica:”Propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable” (Diccionario de la Lengua Española). En consecuencia, podría decirse que la construcción discursiva desde el pesimismo supone la interpretación de cualquiera tema desde la mirada más desfavorable posible.
Como rasgo negativo atribuido al ser-venezolano, el pesimismo ha sido asociado al fatalismo, desesperanza, desencanto, escepticismo, desconfianza e inconformidad del venezolano en relación a la realidad que le circunda:
La visión fatalista del mundo es otro de los aspectos emocionales que aparecen en la descripción negativa de los venezolanos, en la que toda acción que pueda darse sólo puede ser sin valor y sin resultados. Este negativismo se vuelve contra los individuos y desemboca en la superstición y el escepticismo: es al destino, a la suerte, al azar a quienes se atribuirán todos los acontecimientos positivos que los afectan (Montero, 1991, p. 145).
Bajo este signo Providencial poco le queda hacer al ser humano de «carne y hueso», que debe entregarse a la indolencia o pasividad. Desde una mirada psico-social (específicamente, en el plano emotivo) “…la falta de poder y control provoca una tendencia negativa y depresiva que degrada conduciendo a una depreciación de todo lo que es nacional” (Montero, 1991, p. 146).
En el discurso intelectual, otras fuerzas, presencias, poderes aparecen asociados a la pérdida o falta de control del venezolano sobre el destino nacional, por ejemplo, como consecuencia de la dependencia económica, o debido a la presencia de enfermedades endémicas que merman la calidad de vida del venezolano, o a causa de procesos bélicos extranjeros que producen escasez, etc. (Montero, 1991, pp. 146-147). Y en general, se ha traducido como desesperanza y/o falta de confianza en las potencialidades de los venezolanos para vivir en libertad y democracia (Romero, 2002).
Es ese insistente pesimismo del venezolano el problema de la disertación doctoral de Thamara Hannot (1996):
Una rápida ojeada a los medios de comunicación social, la tribuna pública o cualquier conversación entre amigos en torno al más mínimo asunto de interés colectivo permite observar que a los venezolanos nada les parece bueno…Resulta como si se viviese en estado de inconformidad con todo, y en permanente lucha de antagonistas consigo mismos (Hannot, 1996, p. 27).
En todo caso, ese pesimismo, fatalismo y/o desesperanza atribuida al venezolano está igualmente presente en el tono pesimista que hebra el discurso intelectual sobre Venezuela y lo venezolano (Hannot, 1996). Es esa mirada inconforme y desesperanzada sobre las potencialidades del país y de su gente la que conduce la interpretación nacional de un grupo nutrido de intelectuales venezolanos, muy especialmente durante el siglo XX. Es también parte de las investigaciones de Maritza Montero, Thamara Hannot y Anibal Romero las que dan cuenta de esa tradición pesimista en el discurso intelectual que busca respuestas a las situaciones nacionales. Y finalmente, son las obras de estos investigadores el objeto de la presente revisión y discusión.
4. LA TRADICIÓN PESIMISTA EN EL DISCURSO INTELECTUAL VENEZOLANO COMO OBJETO DE ESTUDIO.
4.1. Los estudios precursores de Augusto Mijares y Luis Beltrán Guerrero
En 1938, fue publicada por vez primera La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana de Augusto Mijares. En la Introducción a su obra, el autor establece el tono reflexivo que va a permear todo el texto. Primero, aclara el significado de la Historia: “…es la manifestación más viva y directa del carácter de un pueblo, una vasta experiencia política y un conjunto de problemas sociológicos” (Mijares, 1952, p. 7). Léase “carácter de un pueblo” como la «forma de ser» de ese pueblo; la historia es también “experiencia política” en tanto “ciencia del gobierno en un sentido amplio”, y es “un conjunto de problemas sociológicos” porque -aunque se aborda el pasado- se estudia problemas “de actualidad permanente”. Así, ha predominado, a juicio del autor, una interpretación sociológico-histórica sobre los problemas nacionales tanto en América (refiriéndose a Latinoamérica) como en Venezuela:
El hecho, pues, de que la historia y la sociología hayan usurpado entre nosotros el pensamiento que hubiera podido dedicarse a otras actividades, no es sino una desviación muy explicable; y hasta cierto punto loable, puesto que así se conservó siquiera el mínimum de interés intelectual que era permitido dedicarle a aquellos problemas nacionales (Mijares, 1952, pp. 7-8).
De esta manera, las aproximaciones al pasado colonial y a los primeros intentos republicanos hasta principios del siglo XX han estado signadas por la necesidad de buscar las razones de ser de la sociedad venezolana y de sus acciones en ciertos períodos históricos. De esta relación, Mijares encuentra que tres líneas fundamentales de interpretación sociológica del período colonial: como un período de vasallaje (“oscuro y abyecto”), como “producto inmediato o simple reflejo de las instituciones españolas”, y por último, como “un período de formación de la nacionalidad; evolución constructiva debida en parte al aporte español…”. En cuanto al proceso de Independencia, el autor aclara que para algunos, éste es una “creación heroica, improvisación genial e los libertadores”, como “contagio de las ideas europeas”, o como “obra colectiva y culminación de un proceso anterior a la formación de la nacionalidad”.
De estas tres aproximaciones, se suceden las interpretaciones que han predominado en el estudio sobre la República: “heredera del vasallaje colonial y de sus defectos fundamentales: única salvación su europeización étnica y cultural”, o bien, “como contienda caótica, a la cual sólo el caudillo tutelar puede imponer estabilidad y continuidad”, y finalmente, “como período de reorganización de la nacionalidad después de la crisis de la guerra emancipadora.” Junto a la revisión de estas tres líneas histórico-sociológicas, van surgiendo algunos “problemas conexos” como, por ejemplo, el valor de las Constituciones y de las aspiraciones civilistas, la anarquía y el despotismo, el problema racial, el caudillismo, la inmigración, entre otros (Mijares, 1952, pp. 11-13).
En esta obra, será precisamente el caudillismo el centro de sus consideraciones. Para Mijares, éste se ha constituido en una de las tantas aristas de ese pesimismo interpretativo de la realidad continental y venezolana: “… pongo especial entusiasmo –y no lo disimulo- en esbozar la refutación de la doctrina pesimista del caudillismo, que juzgo tan falsa como perniciosa” (Mijares, 1952, p. 13).
En primer lugar, critica que el caudillismo haya sido considerado, tanto por pensadores extranjeros como por nacionales, “el fenómeno típico de nuestras costumbres sociales y políticas” (Mijares, 1952, p. 15). Con lo cual se ha ignorado como la «sociedad civil» ha desarrollado “…una tradición de regularidad política, del orden considerado como regido por la ley…” (Mijares, 1952, p. 15). En otras palabras, Mijares no niega la tradición caudillista, pero aclara que no es la única ni exclusiva en la vida pública de estos países. Por ello, considera un grave error de interpretación tanto de “los hombres de ciencia”, como del “vulgo” considerar que el caudillismo “…es la consecuencia necesaria de nuestra herencia histórica y a la vez el exponente y símbolo de todos nuestros defectos y virtudes” (Mijares, 1952, p. 16). Ya que el mismo está asociado al autoritarismo, despotismo, personalismo del ser-venezolano.
En su revisión socio-histórica, Mijares refuerza la idea de una tradición civilista asociada a la autonomía deliberativa de los cabildos desde los tiempos coloniales, y cómo ello se ha mantenido a lo largo de la historia republicana. Igualmente, asociada a la idea del caudillo, critica la concepción positivista del “Gendarme Necesario” como único capaz de consolidar la paz y el progreso en el suelo americano; e insiste en observar el caudillismo como un fenómeno de crisis que responde a ciertos momentos determinados. En contraste, dedica buena parte de su obra a reafirmar que la historia de regularidad política y consenso social que ha caracterizado el continente latinoamericano es producto de una tradición civilista: “la historia de nuestros crímenes políticos es también, por el anverso, la historia de esa lucha heroica de nuestra tradición cívica contra el predominio del gendarme” (Mijares, 1952, p. 201).
En definitiva, la obra de Mijares comprende una de las pocas revisiones, que desde una “óptica científica”, se aleja del determinismo positivista que ha impregnado la construcción de la venezolanidad; constituyéndose en una verdadera excepción dentro de las continuas aproximaciones negativas a la realidad nacional y a la manera de ser del venezolano a lo largo del siglo XX (Montero, 1991). A su vez, es en sí misma una revisión de la tradición pesimista, al menos en lo referente al caudillismo y los rasgos asociados a éste.
Por su parte, la Primera Serie de Candideces (1962) recoge los escritos de Luis Beltrán Guerrero, periodista, poeta y ensayista venezolano. En esta recopilación aparece un breve ensayo titulado “Las Máximas Pesimistas” el cual recoge frases emblemáticas de tono pesimista que, según el autor, componen “una filosofía de la vida venezolana”. Pero como bien aclara, si bien éstas máximas pudieron tener sentido y guardar relación con la realidad nacional en un momento determinado, se han convertido en “un pesimismo desolador” que es preciso combatir “…si se mira otra Venezuela, la de los ‘líricos’ que crearon la soberanía, la de los civilistas que han pregonado la regularidad en la transformación del poder público y la de los trabajadores que, con el arado, el escoplo o la pluma, han creado bienes materiales o morales” (Guerrero, 1962, p. 85).
En su revisión cronológica sobre estas “radiografías oscurecidas de nuestra psicología individual y social”, el autor inicia con frases emblemáticas dichas o escritas por personajes relevantes de la historia nacional durante el siglo XIX. Dando una clara visión de la mirada psico-histórica que ha predominado sobre el ser-venezolano. El primero, Francisco de Miranda, para quien Venezuela no fue sino una tierra de “¡Bochinche!”; luego refiere las palabras de Juan Vicente González, cuando al morir Fermín Toro, exclamó que moría “el último venezolano”. También recoge uno de los juicios más ásperos de Cecilia Acosta: “No hay en Venezuela incomodidad que nos sobre, ni malandanza que nos atribule”, y la frase célebre del que fuera presidente de Venezuela en tres oportunidades, Guzmán Blanco: “Venezuela es como un cuero seco, que se pisa por un lado y se levanta por el otro”. Igualmente, encuentra en los Pensamientos Sueltos del Dr. J.M. Núñez de Cáceres (de origen dominicano pero que colaboró con el movimiento la Cosiata de 1826), “un venero de caracterología pesimista” sobre el venezolano que pretende acomodar las leyes al capricho del gobernante, o que mucho quiere hacer, pero que al final, poco hace; o las palabras del Presbítero Nicanor Rivero, uno de los redactores del diario La Religión de finales del siglo XIX: “No se considera libre el venezolano mientras no está oprimiendo a los demás”. O las palabras del poeta Manuel Pimentel Coronel, “Venezuela es un país sin memoria” (Guerrero, 1962, p. 86).
El siglo XX mantiene esta interpretación pesimista. Guerrero inicia la revisión con las sentencias negativas sobre el venezolano recogidas en Vida Anecdótica de Venezolanos de Eduardo Carreño. También, las palabras del escritor Manuel Vicente Romero García en El Cojo Ilustrado: “Venezuela es el país de las nulidades engreídas y de las reputaciones consagradas”. Igualmente, las sentencias de los positivistas Gil Fortoul (“En Venezuela lo provisional es lo eterno, y la Constitución, un librito que se reforma todos los años y se viola todos los días”) y César Zumeta (“En Venezuela mandando, o si no fuera de ella”, “En Venezuela las leyes tienen nombre y apellido”, “Aquí los elogios se escriben en contra, no a favor”); o las máximas de Pedro Emilio Coll (“Venezuela es un mar…de vainas”), o las ideas de Vicente Amengual para quien la política nacional era un gallinero porque cada cual es, en algún momento, el único gallo que “pisa” a las gallinas; o la lista de calamidades nacionales descritas por Luis M. Urbaneja Achelpohl en “En este país” (Guerrero, 1962, p. 86).
Para Guerrero este pesimismo compone una “filosofía popular” basada en ciertos rasgos negativos que se le han adjudico al venezolano en general. Ésta sólo puede ser superada a través de una reeducación “…por la alegría, por el optimismo sano, cimentado en el trabajo y la confianza del porvenir” (Guerrero, 1962, p. 85). Agrega que, si bien estas máximas o definiciones del venezolano podrían ser realistas para un determinado momento histórico, el país precisa de otra filosofía popular, no solo más optimista y esperanzadora, sino que implique confianza en los hombres, en las instituciones, en las cosas y en las palabras; y que deje atrás viejas rencillas, malos entendidos, retaliaciones (Guerrero, 1962, p. 88) (3).
(3) Este corto ensayo fue publicado en 1962, pero escrito en 1959, tiempos en que se iniciaban cambios profundos en la sociedad venezolana; tal vez, por esta razón, el autor pedía, como contrapeso al pesimismo, confianza en este nuevo período de la historia nacional y dejar a tras viejas rencillas políticas.
4.2. Maritza Montero y la autoimagen negativa del venezolano en el discurso intelectual
Como se expresó en la introducción, se puede rastrear la tradición pesimista en el discurso intelectual venezolano desde muy temprana data. Entre las investigaciones que trabajan este determinismo interpretativo, la obra de Maritza Montero, Ideología, alienación e identidad nacional (1991) es un referente obligado del tema. En líneas generales, la investigadora encuentra que la categorización predominantemente negativa y estereotipada del ser-venezolano, en cuya construcción social ha colaborado la inteligentzia venezolana desde el siglo XIX, ha devenido en el cuestionamiento constante sobre la identidad nacional, y en consecuencia, en una expresión negativa de la misma (minusvalía nacional). Desde una perspectiva psico-social ello ha devenido, entre otras cosas, en una desesperanza aprendida sobre las potencialidades individuales y aquellas que, como venezolanos, se puedan desarrollar. Desesperanza vinculada a la forma de ser del venezolano.
Ahora bien, Montero explica que durante 10 años realizó trabajo de campo concerniente a la auto-percepción de los venezolanos y la autoimagen negativa que ha resultado de ésta. En virtud de lo cual, se preguntó cuándo se configuró esta imagen, y si ésta cambia o es constante. Para responder estas interrogantes, realiza el análisis de contenido de diversas textos (discursos políticos, interpretaciones sociológicas, históricas y periodísticas de la realidad nacional y estudios de pioneros de las ciencias sociales en Venezuela) producidos por un grupo nutrido de políticos, literatos, filósofos, periodistas, etc. venezolanos, que bien pueden considerarse intelectuales (en los términos amplios ya explicados) quienes colaboraron, desde su discurso, con tal construcción predominantemente negativa sobre el ser-venezolano.
Se trata de un estudio longitudinal de los enfoques psico-históricos que han predominado en la conformación de la autoimagen del venezolano desde finales del siglo XIX hasta principios de los años ochenta del pasado siglo. Dicho estudio, “…cubre la evolución de un sistema de representaciones sociales, que expresa una ideología y es producto de un proceso de alienación” (Montero, 1991, pp.115). Dando cuenta de cómo se superponen o imbrican -psicológica, social e históricamente- las representaciones del ser-venezolano, y de la identidad nacional, con constructos como ideología, ideología de la dependencia, alienación, aprendizaje de la desesperanza, entre otros.
Su exhaustiva revisión le permite distinguir tres períodos históricos en el proceso de la construcción del ser-venezolano: El seudopositivo (1890 a 1900); el segundo, explícitamente negativo (1901 a 1935); y el tercero, de predominio negativo implícito (1936 a 1982).
El período seudopositivo tenía como marco referencial, inmediatamente anterior, el proyecto nacional formulado e incentivado por el Presidente Guzmán Blanco. De este período son las obras: Mosaico de Política y Literatura, escrita en 1883 pero publicada en 1890 por Luis A. López Méndez; El Presidente (1891) firmada por Rafael N. Seijas (pero atribuida a si padre, Rafael Seijas) y El continente enfermo (1899) de César Zumeta. El resumen de este período y de las obras que lo representan es el siguiente: “La influencia teórica predominante para la época es claramente la del positivismo y dos explicaciones coexisten: 1) El factor de raza; 2) La acción corruptora de los gobiernos” (Montero, 1991, p. 119).
El segundo período corresponde históricamente a los gobiernos autocráticos de Castro y Gómez (1901-1935). Según Montero, durante este período florece la tesis del positivismo racista que abunda principalmente en las obras de Laureano Vallenilla Lanz y Pedro Manuel Arcaya; pero que también se encuentra en las obras de José Gil Fortoul, Francisco Jiménez Arráiz, Pío Gil, Julio C. Salas, Arístides Calcaño, Rómulo Gallegos y José Rafael Pocaterra. Aspectos como raza y determinismo geográfico son comunes en este período. Igualmente, se mantiene como prototipo del venezolano la figura del llanero.
Y esta asimilación del venezolano-tipo con el llanero es una idea que persistirá hasta la segunda mitad de este siglo [es decir, el siglo XX]. Inclusive en el período siguiente, en 1953, se encuentra tal opinión repetida por numerosos miembros de la intelectualidad del país. El argumento fundamental, ampliamente desarrollado…: Se trata del efecto desintegrador de las sangres india y negra sobre la sangre española, que representa la civilización… Por todas estas razones y bajo el efecto de factores profundamente arraigados en la biología de los venezolanos, su naturaleza tiende a la anarquía…Para llegar a la civilización, el pueblo venezolano necesita la mano de hierro del ′gendarme necesario’, del inevitable líder autoritario. [En definitiva]Los venezolanos son ingobernables, violentos, desorganizados por naturaleza y, por lo tanto, necesitan de un gobierno fuerte, de un dictador (Montero, 1991, pp. 121-122).
El tercer y último período es cronológicamente el más extenso (1936 a 1982). Tras el fallecimiento de Juan Vicente Gómez, el país se abría a cambios prometedores, asociados a las posibilidades democráticas y a la modernización. No obstante, desde la mirada intelectual, la línea negativa persiste y predomina durante todo este tercer período. Así, entre los intelectuales de entonces, y pese a las posibilidades de cambio, la sombra del pesimismo se cierne sobre el país.
Ahora bien, Montero reconoce ciertos matices en este extenso período. Distingue, por tanto, tres subgrupos. Autores como Juan Penzini Hernández, Carlos Rangel, Herrera Luque, Abel Sánchez Peláez y Arturo Uslar elaboran un discurso en el que predomina una evaluación negativa o explícitamente negativa de lo venezolano.
La segunda línea está presente en obras cuya negación del venezolano se hace de manera implícita. En esta negación implícita “todos los rasgos positivos están opuestos a los rasgos negativos, por lo cual queda borrada la influencia benéfica que traen consigo” (Montero, 1996, p. 125). En este grupo, la investigadora incluye la obra de Carlos Siso (1953); los resultados del debate intelectual en torno a “El ser del venezolano” auspiciado por la revista Tierra Firme (1953); la caracterización sobre el “vivo” y la “viveza” del venezolano, presentada por Felipe Massiani (1962) y la obra de J.M. Cañizales Márquez, publicada con el sugestivo título: Así somos los venezolanos (1977).
Junto a estas dos líneas, Montero expone la corriente crítica negativa. En ésta, la autora dedica especial atención a la obra escritural de Germán Carrera Damas, junto a la obra de Rojas Guardia, Escovar Salom, Roberto Briceño León, Esteban Mosonyi y Juan Liscano. Aunque ésta tuvo formas distintas de expresarse, en general los autores señalados por Montero aluden a una crisis de identidad nacional por diferentes razones. He aquí el aporte más relevante de este grupo:
… no se limita a emitir un diagnóstico sino que también indaga las causas y su veracidad, evidenciando la necesidad de construir una identidad ausente, de reconstruir lo que ya existe, o de construir una nueva identidad en función de los intereses de una nación joven, aspirante a poner término a su situación de subdesarrollo. (Montero, 1991, pp. 125-126).
Finalmente, cabe destacar como una importante excepción a este extenso período de predominio negativo sobre lo venezolano (en sus tres corrientes), la obra de Augusto Mijares ya comentada y, lógicamente, su esfuerzo por consolidar una mirada diferente a través de Lo afirmativo venezolano (1970).
En definitiva, durante buena parte del siglo XX los venezolanos han asistido, a través del discurso elaborado por la intelligentzia nacional, a una configuración predominantemente negativa de su ser venezolano. Autoimagen construida desde el determinismo positivista que no ha sido del todo superado; y que ha colaborado en esa visión fatalista sobre el país y sobre las potencialidades de sus habitantes. Pareciera que, los propios intelectuales cayeron presa del pesimismo o fatalismo adjudicado al venezolano.
Entre las conclusiones de su estudio, Montero expone las siguientes: a) desde la perspectiva psico-histórica, que comprende desde 1890 hasta principios de los años 80, la autora da cuenta de la construcción negativa de la autoimagen; b) esta autoimagen predominantemente negativa es común a las perspectivas y tipos de estudios distintos (psico-social y psico-histórica), ello le permite confirmar la existencia de un fenómeno social históricamente estructurado que resume así: “cuestionamiento de la propia identidad y de su definición que en la mayoría de los casos se traduce por una expresión negativa que denota minusvalía nacional y sobrevaloración de lo extranjero, en particular de los países con los cuales existen o han existido nexos de dependencia”; c) como la autoimagen del venezolano está unida a la formación de la nación, “…se origina, se transforma y entra en crisis al ritmo de las crisis y transformaciones que sufre la sociedad venezolana”; d) el comportamiento asociado a esta forma de ser del venezolano se vincula con “situaciones ideologizadas y alienantes” propias de contextos de dependencia (socioeconómica y política) y subdesarrollo; e) el proceso ideológico involucrado en todo lo anterior supone no sólo una acción externa o macro-social, sino un proceso interno “por medio del cual los sujetos alienados reproducen y difunden esta ideología” culpándose de lo que son como pueblo, o negando su identidad, o desvalorizándose como grupo; f) y finalmente, “La ideología y la alienación, en tanto que fenómenos sociales, tienen repercusiones psicológicas que se traducen bajo la forma de valores, actitudes, creencias, en general: representaciones sociales, y en formas de conductas concomitantes” (Montero, 1996, pp. 161-163) (4).
(4) En relación al enfoque psico-social, las ideas expresadas en esta obra clásica sobre el tema son reiteradas en obras posteriores, valga señalar: Identidad social negativa y crisis socio económica. Un estudio psicosocial (1996) y La construcción de la Identidad Nacional venezolana. Tensión y lucha entre negatividad y positividad (1998). En esta última, Montero agrega el “ideal democrático” como un rasgo nuevo y positivo de los venezolanos, quienes reconocen las debilidades de los gobernantes y de los partidos representativos del sistema democrático venezolano, pero defienden tal sistema como el mejor posible.
4.3. Thamara Hannot y «la mirada inconforme»
La investigadora Thamara Hannot, partiendo del pesimismo venezolano como problema, analiza la escritura y cultura del pesimismo en un exhaustivo recorrido por la literatura de pensamiento sobre Venezuela y lo venezolano. En su tesis doctoral, La mirada inconforme. Una exploración crítica de la literatura de pensamiento en Venezuela (1996), la autora se planteó si el parentesco intertextual (5) de las obras estudiadas es, además de rastreable en el tiempo, una manera en que se articula un discurso pesimista sobre Venezuela y lo venezolano.
(5) La investigadora se refiere a la manera en que, entre los textos analizados, es posible establecer el tono pesimista de la escritura, la actitud moralizante y/o condenatoria y la inconformidad ante la realidad nacional.
El corpus de esta investigación estuvo constituido por ciento veinticinco textos (en su mayoría ensayos y artículos de opinión) de una muestra variopinta de autores venezolanos, todos reconocidos pensadores: Fermín Toro, Juan Vicente González, Cecilio Acosta, Rufino Blanco Fombona, Enrique Bernardo Núñez, Mario Briceño Iragorry, Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri y José Ignacio Cabrujas. Así, Hannot abarca la forma de pensar lo venezolano desde el siglo XIX hasta finales del siglo XX. Las ideas desarrolladas por estos venezolanos guarda relación con tres campos fundamentales de la historia contemporánea del país: la constitución de la nacionalidad, la emergencia del petróleo y la formación de los rasgos negativos que caracterizan la «forma de ser» de los venezolanos como pueblo.
Tomando ello en consideración, el propósito de investigación fue revisar la mirada tendida sobre Venezuela y lo venezolano, en tanto asume la lectura del texto literario como espacio social y “mundo instituido de significados” (p. vi); en una clara aproximación constructivista del discurso de estos intelectuales. Discurso-espacio en el cual tiene lugar “el encuentro de la sociedad con el acto escritural”. Pues, cada texto analizado “… es una marca en el itinerario por esa inconclusión venezolana, de la cual esos autores dan cuenta y, a su vez, contribuyen a perpetuar” (p. vi). Lo que permite caracterizarlos “desde la ‘mirada inconforme’ que producen y reproducen, como ‘signos de cultura’” del país (p. vi). Más adelante, Hannot afirma: “Consideramos que los principales textos de pensamiento que se han escrito en Venezuela en distintos momentos tienen un punto en común: el tono pesimista de la disertación parece emparentar el discurso crítico de autores tan disímiles entre sí…” (p. 2).
Por último, en esta parte introductoria de su obra, Hannot se pregunta si dicho discurso responde a una “conciencia crítica develadora” o a una “retórica literaria” que responde a un “pensamiento auto enajenante” que prioriza la crítica permanente sobre nosotros mismos; y que puede revelar “procesos más profundos”, mas relacionados con un “modo de ser” del pueblo venezolano. Modo de ser que, al parecer, devela una “conciencia crítica hipertrofiada” entre los intelectuales.
Así, Hannot busca respuesta a dos grandes interrogantes ¿cómo se expresa el discurso sobre Venezuela y lo venezolano en la literatura de pensamiento?, y si, ¿la forma de ver lo venezolano puede considerarse un signo de cultura (6)?
(6) En los términos expuestos por Jury Lotman, cuya obra: Semiótica de la cultura (1979) es columna vertebral de su análisis.
Después de su extenso análisis de contenido, la autora concluye que
…la “inteligencia” venezolana, en independencia casi absoluta de ideologías políticas, estilos y academias, coincide en su apreciación del país y de sus instituciones fundamentales. En este sentido parecen tocarse el pensamiento de Arturo Uslar Pietri y José Ignacio Cabrujas; Mario Briceño Iragorry y Luis Brito García; Adriano González León y Francisco Herrara Luque, citados al azar entre nuestras mentes más lúcidas y preocupadas sinceramente por el desarrollo de la nación y el bienestar de sus habitantes (pp. 31-32).
Igualmente, para Hannot la construcción de lo venezolano en los textos analizados conforman una red lingüística (No? Jitrik) y son signo de cultura (Jury Lotman) de una “mirada inconforme” que, a través de “máximas pesimistas”, se constituye en “los lemas o consignas que ponen en circulación al alcance del hombre común que los refiere y hace suyas, esas globales elaboraciones de los escritores venezolanos” (Hannot, 1996, p. 575).
En 1997, Hannot publica un breve artículo directamente relacionado con su investigación doctoral: Escritura y Cultura del Pesimismo. En éste, retoma la idea de que los textos trabajados deben considerarse “signos del país, que escriben al país” (Hannot, 1997, p. 423). En otras palabras, la autora entiende que las obras seleccionadas son productos culturales y, al mismo tiempo, construyen cultura, porque a fin de cuentas “la cultura pauta lo que hay que creer sobre sí misma” (Lotman, 1979 citado por Hannot, 1997, p. 423). Del análisis intertextual realizado, y enfatizando cómo los autores se relacionan con la realidad material del país (según cada uno de ellos la “nombra”), la autora concluye que hay dos visiones igualmente pesimistas de país:
En una, el país es el resultado de una equivocación,…es… un suceso infeliz. Para la otra, Venezuela es el conjunto de carencias, equivocaciones o ausencia de logros de los venezolanos. El país es el resultado de la suma del mal manejo de sus habitantes (Hannot, 1997, p. 423).
4.4. Aníbal Romero y la visión de «fracaso nacional»
En Visiones del fracaso: intelectuales y desilusión en la Venezuela moderna (2002), el politólogo Aníbal Romero expone:
La historia intelectual de la Venezuela independiente ha estado predominantemente signada por la marca del pesimismo. Pesimismo acerca de nuestras potencialidades como pueblo, sobre nuestra capacidad para construir una nación unida, próspera y estable, y también en torno a la verdadera posibilidad que tenemos de vivir bajo un régimen democrático y respetuoso de la libertad (p.1).
Romero alude a una tradición pesimista en la forma de pensar a Venezuela y sus potencialidades por parte de un grupo nutrido de intelectuales nacionales. Como corolario de dicha tradición, expone la percepción de que el país ha fracasado “…en la tarea de construir una nación en la que imperen de manera estable y sólida la democracia, la libertad, y una extendida prosperidad material” (Romero, 2002, p. 3). Si bien aclara que “Es bastante probable que esa convicción pesimista no sea exclusiva de nuestra particular historia intelectual. Mas debe destacarse su relevancia en Venezuela, así como su presencia, con altibajos, a todo lo largo de nuestra historia independiente” (Romero, 2002, p.1).
Inicia su revisión con algunas ideas desarrolladas por Simón Bolívar en el Discurso de Angostura, luego recorre brevemente el pensamiento positivista de principios de siglo XX (especialmente, se dedica a la tesis del “gendarme necesario” desarrollada por Laureano Vallenilla Lanz). Posteriormente, explica que a partir de la muerte de Gómez –y pese que el país se abría a nuevas posibilidades- en el plano intelectual “…varios de los más lúcidos pensadores de la Venezuela que empieza a andar en ese tiempo, desarrollan una línea de pensamiento hondamente pesimista sobre nuestras perspectivas” (Romero, 2002, p. 5). En este grupo, el autor ubica a los pensadores Mario Briceño Irragorry, Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri.
Romero señala que entre 1936 y 1958 este tono de “profundo pesimismo” se mantiene por la convicción, entre otras cosas, de que el país vivía una perenne crisis que se hallaba “en el alma nacional”. En parte, a ello contribuyó la concepción del petróleo como el “villano del drama”, pues nacional seguían viendo el petróleo como villano del drama, ya que el mismo promueve una riqueza “fácil” y “corrosiva”. Era el pensar, por ejemplo, de Rómulo Betancourt y de Arturo Uslar Pietri; si bien, las propuestas para “salir” de esa situación, ofrecida por estos pensadores y hombres de acción, fuesen diametralmente opuestas (Romero, 2002, pp.6-9).
Siguiendo su recorrido por el pensamiento fatalista, Romero resume la percepción general sobre los tiempos del puntofijismo (1958-1998), tiempos de convivencia democrática, como un “estrepitoso fracaso”, tanto entre la opinión pública general como entre los intelectuales. Esto último, lo constata al revisar los últimos años de esa tradición pesimista a través de las obras de Ángel Bernardo Viso (1982, 1991 y 1997), María Sol Pérez Schael (1993 y 1997), Germán Carrera Damas (1980, 1983, 1986, 1988 y 1998) y Arturo Uslar Pietri (1989, 1992, 1994 y 1995).
Romero encuentra que esta tradición pesimista no hizo sino intensificarse a lo largo del siglo XX, para culminar con esta percepción de profundo fracaso nacional a finales del siglo en cuestión. Ello sin olvidar que dicha tradición no ha sido homogénea a lo largo del tiempo y que ha tenido honrosas excepciones (como las ideas expresadas por Augusto Mijares, demasiado “optimistas” para Romero).
En su intento por dilucidar esta tendencia en el pensamiento intelectual sobre Venezuela y lo venezolano, el autor encuentra que la reflexión intelectual “parece resignada a admitir una condición venezolana hondamente sellada por un destino de desarraigo y frustración” (Romero, 2002, p. 4). En otras palabras, que ciertos rasgos constitutivos de nuestro ser-venezolano, entre ellos la desesperanza (pesimismo), la falta de conciencia histórica, el autoritarismo y el servilismo parecen estar a la base de ese determinismo fatalista, de esa honda convicción de que los venezolanos estamos llamados al fracaso como nación; al menos, en el intento de mantener y consolidad un régimen democrático y liberal.
5. CONCLUSIONES
Como el lector habrá podido apreciar, desde los estudios precursores de Augusto Mijares y Luis Beltrán Guerrero, hasta las aproximaciones más complejas y detalladas de Maritza Montero, Thamara Hannot y Aníbal Romero se puede rastrear la tradición pesimista que ha imperado en la interpretación discursiva de la realidad nacional desde los inicios republicanos, con énfasis en el siglo XX.
Si bien el objeto de estudio se aborda desde campos disciplinares diversos (sociología, historia, psicología, literatura, y/o politología), todos los autores reseñados priorizaron la reconstrucción histórico-descriptiva del objeto de estudio, al tiempo que buscaron respuestas al porqué de tal pesimismo. Igualmente, todos reflexionan sobre las posibles consecuencias negativas que ha tenido este discurso intelectual a todas luces desesperanzado, determinista y pesimista sobre Venezuela y sobre el ser-venezolano.
Reflexión de la que se hace consecuente quien escribe; especialmente por las consideraciones que, sobre la construcción del discurso intelectual se establecieron en el marco teórico referencial; es decir, si se toma en cuenta que el grupo de intelectuales asociados a dicho discurso puede considerarse una élite simbólica que ha colaborado en la perpetuación de este «sistema de creencias» (ideología) predominantemente negativo y pesimista del país y de sus habitantes, a través de su discurso. No en vano, a partir de “Las Máximas Pesimistas” se invita a la re-educación desde lo positivo o afirmativo venezolano.
Por último, cabe recordar que en la presente revisión documental se privilegiaron sólo aquellas obras que de manera sistemática ofrecen un panorama bastante general, pero exhaustivo, de esta tradición pesimista. Intencionalmente, se han excluido de este recorrido aquellas dedicadas al discurso pesimista de un pensador particular o de un grupo muy reducido de ellos; igualmente, los avances más recientes que proponen no sólo la revisión de dicha tradición y de los constructos teóricos asociados a ésta (tales como identidad nacional, autoimagen del venezolano, etc.) sino que plantean la deconstrucción de éstos, y la formulación de nuevas propuestas que desde un enfoque constructivista-interpretativo colaboren en la conformación de nuevas formas de valorar lo venezolano (7).
(7) Como los trabajos más recientes de Roberto López Sánchez Vicisitudes de la identidad y el desarrollo nacional (2008); Gianfranco Selgas El discurso subyacente en la construcción personal del venezolano. Análisis de las estrategias discursivas en las proferencias de Marcos Pérez Jiménez y su influencia en la construcción de la identidad del venezolano actual (2011); y María del Pilar Quintero-Montilla Identidad psico-socio-cultural en Venezuela: revisión, deconstrucción, re-interpretación y reconstrucción de las identidades y alteridades culturales. Diez transformaciones necesarias (2014), entre otros.
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AUTORA
María Eugenia Perfetti Holzhäuser
Licenciada en Letras, Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Magíster en Historia de Las Américas (UCAB). Cursante del doctorado en Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Simón Bolívar (USB), sede Sartenejas. Profesora dedicación Tiempo Completo, “Asociado”, adscrita al Departamento de Humanidades, Universidad Metropolitana (UNIMET), desde 1996. Profesora de la cátedra “Desarrollo del Proceso Histórico Iberoamericano y Venezolano I” para la Escuela de Estudios Liberales y profesora de materias electivas, tales como “Historia de las Ideas Políticas y Económicas de Venezuela” (siglos XVIII al XX), “Historia Contemporánea de Venezuela” e “Historia de América, siglo XIX”. Sus investigaciones han estado vinculadas a los siguientes ejes temáticos: literatura femenina, historia cultural en tiempos hispano-lusos; recientemente, ha realizado estudios histórico-culturales sobre la imaginería bolivariana vigente; y está trabajando en el Proyecto de Tesis Doctoral.